DeletedUser70
Guest
DIOSES DE LA GUERRA
Las crónicas de la Maldición de Seth.
Las crónicas de la Maldición de Seth.
Caprichosos son los caminos del destino y misteriosas son las intenciones de los Dioses.
Imposible para la frágil mente humana escapar a sus maquinaciones.
¿Puede acaso hablarse de libre albedrio cuando cada uno de nuestros pasos a estado pensado y manipulado desde antes incluso que el Universo tomara forma?
Yo, que he visto más que lo que cualquiera desearía ver sobre los Dioses, puedo decir, ahora, cuando tengo a la muerte acariciando mi cabello, y cuando ya nada me queda por perder, que tal libertad es la mera ilusión de una raza vil e ingenua, demasiado cobarde como para admitir que no son más que títeres deleitando el sadismo de los verdaderos gobernantes.
Hoy, cuando la muerte toma mi mano para llevarme como una vieja amiga a quién se visita seguido, cuando no existe nada que no me hayan arrebatado ya, es que puedo presentar mi querella ante la infame divinidad de quienes predestinaron mi mísera existencia.
¡Malditos! ¡Malditos!
Imposible para la frágil mente humana escapar a sus maquinaciones.
¿Puede acaso hablarse de libre albedrio cuando cada uno de nuestros pasos a estado pensado y manipulado desde antes incluso que el Universo tomara forma?
Yo, que he visto más que lo que cualquiera desearía ver sobre los Dioses, puedo decir, ahora, cuando tengo a la muerte acariciando mi cabello, y cuando ya nada me queda por perder, que tal libertad es la mera ilusión de una raza vil e ingenua, demasiado cobarde como para admitir que no son más que títeres deleitando el sadismo de los verdaderos gobernantes.
Hoy, cuando la muerte toma mi mano para llevarme como una vieja amiga a quién se visita seguido, cuando no existe nada que no me hayan arrebatado ya, es que puedo presentar mi querella ante la infame divinidad de quienes predestinaron mi mísera existencia.
¡Malditos! ¡Malditos!
Capítulo I.
Botín y castigo.
[SPOIL]-¿Cuándo regresará papá?-pregunto la pequeña Anna
-No lo sé hija, espero que pronto
-Puedo beber más agua, tengo sed
-Claro hija, bebe
-¿De dónde sale el agua mamá?
-¿Qué clase de pregunta es esa? Sabes muy bien que del pozo, si tú misma la fuiste a buscar
-Sí, ¿pero el agua del pozo de dónde sale?
-De debajo de la tierra
La pequeña se sentó a reflexionar un rato sobre lo que su madre le respondía mientras bebía pequeños sorbos de agua.
-Mamá ¿debajo de la tierra hay agua?
-Claro, la gente cava y entonces puede sacar esa agua
-Pero mamá, ¿debajo de toda la tierra?
-Supongo, no sé
Anna miró a su madre con el rostro encendido de alegría. Esa alegría que sienten los niños cuando creen tener una idea fantástica que ha nadie más se le ha ocurrido y que cuando la digan todo el mundo los felicitará por semejante ocurrencia.
-Mamá
-¿Si?
-¿Por qué papá no cava un pozo aquí, al lado de la mesa? Así no tendría que ir hasta el centro de la ciudad. Es que me canso mamá. En serio, ¿puedo pedirle eso cuando regrese?
Mirando a la niña, la madre tendió a soltar lo que a la pequeña pareció una sonrisa, pero la reprimió.
-Claro, se lo pediremos.
Respuesta que a Anna llenó de alegría. El sólo pensamiento de no tener que acarrear esa pesada vasija otra vez la sumió en un idílico estado en el que todo parecía estar bien.
Pero nada estaba bien.
Quizás si Anna hubiera sido un poco mayor habría notado que lo que su madre reprimió no fue una risotada, sino un amargo llanto. También hubiera notado el sonido de las rocas golpeando los muros de su pueblo y, sin duda, hubiera notado el olor a muerte y desolación que desde aquella mañana se había cernido sobre la ciudad.
Pero no notó nada.
La protección de la inocencia infantil y la serenidad aparente de su madre la envolvían, aislándola del mundo exterior, haciéndola ajena a cualquier cosa que estuviera más allá de su puerta.
Anna apenas notó el crujir de las puertas del pueblo cuando por fin estas cedieron. Los gritos desgarradores y el diabólico sonido del hierro golpeando las armaduras casi la sacaron de su idílico estado, pero no. Ni siquiera la puerta de su propia casa cayendo frente a ella ni los hombres armados con hachas que entraron después la hicieron comprender. Y entonces la oscuridad comenzó.
Brazos sujetándola fuerte, lastimándola. Llanto. Hierro entrando en la cabeza de su madre. Sangre. Fuego.
Pensó en lo mucho que su padre se enojaría cuando supiera lo que esos hombres habían hecho. Era realmente una niña pequeña. Lloraba.
Un hombre de traje diferente apareció. No era la misma ropa que usaban los otros.
-¡Qué diablos! – gritó – ¡¿mujeres?! ¿Ahora se supone que el glorioso reino de Arahalbá mata amas de casa? – parecía no caber en sí mismo. A Anna le pareció que se veía muy similar a como se vería su padre si estuviera allí - ¿Quién? ¿¡Quién ha sido!?
El grupo de hombres comenzó a mirarse, asustados. El que sujetaba a Anna parecía querer llorar junto con ella. Fue el más alto del grupo el que habló.
-Mi señor, yo no sabía, estaba oscuro, podía incluso tener un arma, no sabía lo juro.
Otro de los hombres intervino.
-¿Y qué más da? Es una tribu de barbaros, mujeres, hombres, niños, perros todos ellos. Es la guerra y nosotros ganamos, déjenos disfrutar el mome…
No alcanzó a terminar la frase. Después de todo nadie puede terminar una frase cuando la cabeza ha sido arrancada de sobre los hombros. El hombre de traje diferente se la había arrancado de un corte firme, fuerte y rápido pero sutil como si más que herir la espada hubiera deseado acariciar el viento antes de encontrar la carne de su presa.
-Seth – dijo después de limpiar la espada – agradece cada día que este idiota y su lengua han pagado el precio por la sangre que injustamente has derramado hoy.
-Si capitán – respondió Seth
- Que ninguno de ustedes vuelva a creer que las reglas de la guerra son hechas por el vencedor. Apréndanlas, compréndanlas, y respétenlas. Sólo así los dioses de la guerra no nos despojarán de su bendición.
-Sí Capitán – respondieron casi al unísono todos.
-Ustedes, levanten a su compañero caído y llévenlo a las tiendas de campaña. Deben alistarlo para ser entregado a su viuda cuando regresemos. La cabeza también.
El soldado que aprehendía a Anna la soltó por completo para cumplir las órdenes del Capitán. Seth en cambio no se movió, sólo mantenía la mirada fija en la pequeña niña.
-¿Seth?
-Capitán
-Cumple mis órdenes, ya.
-¿Qué pasará con la niña?
-Tu deuda ha sido saldada. Tu error no te hace responsable ya.
-Pero ¿qué pasará con ella?
-Sabes exactamente lo que pasará
-¿Será tomada como esclava?
-Exacto, ahora ve con tus compañeros – el resto ya marchaba al campamento cargando el cadáver
-Señor
-Basta, no te tortures
-Puedo hacerme cargo
-No
-La cuidaré, su padre probablemente ha muerto, si tenía hermanos varones han de estar muertos también. Yo maté a su madre.
-Los capturados en la guerra son esclavos de las arcas del rey, conoces la ley
-Esa ley es del Hombre, pero y ¿las leyes de los dioses no están por sobre estas?
-¿Cuál es el punto?
-¿No dicen las leyes de los dioses de la guerra que un soldado merece ser recompensado, después de la batalla, con todo el botín que pueda cargar?
-Seth, no lo hagas
-Si usted me negara esa recompensa los dioses podrían quitarnos su patrocinio ¿no?
El Capitán sonrió levemente. Había sido acorralado por un soldado con quizás veinte o treinta años menos de experiencia que él.
-Bien Seth, el entendido de la judicatura divina, serás recompensado con todo lo que puedas cargar
Quizás si Anna hubiera sido un poco mayor hubiera entendido lo que había ocurrido allí. Habría entendido de qué se trataba la conversación que capitán y soldado sostuvieron. Habría entendido que su vida no volvería a ser la misma desde ese preciso momento en adelante.
Pero Anna no entendía nada de eso. Lo único que su pequeña e inocente mente lograba comprender era que salía de su pueblo, traspasando por primera vez las puertas, ahora inexistentes de la ciudad, cargada en brazos de un extraño, el mismo que hace unos minutos había atravesado la cabeza de su madre con un sable.
Quizás, si Anna hubiera sido un poco mayor hubiera entendido que jamás volvería a su pueblo otra vez, y se hubiera preocupado por no olvidar nunca su nombre.
Pero no, Anna era pequeña. Tan pequeña para todo esto. Demasiado pequeña para entender que, por la ley de los dioses de la guerra, ahora le pertenecía a Seth.
Durante esa misma noche, mientras la niña permanecía en el campamento comenzaron a llegar, uno tras otro, pequeños contingentes desde la Capital de Arahalbá. Todos eran encabezados por personas que a Anna le parecían muy extrañas, vestían trajes elegantes, con tantos adornos que los obligan a caminar muy lento.
- Los nobles están llegando – le avisaron a Seth uno de sus colegas.
Ella nunca había visto personas como esas en su pueblo, pero recordó que su padre una vez había comentado mientras cenaba:
- Ahora que la herrería por fin está terminada, deberían ordenar sin más demora que se comience a construir una corte. Va siendo hora de que el pueblo forme sus propios nobles. Lo que producen nuestros campos no alcanzan para alimentar a toda esta gente. Además, quién sabe, hasta nuestra pequeña podría convertirse en una noble algún día
-No seas tonto – había respondido su madre – las mujeres no van a la guerra, y mi hija menos.
Cuánto se ha equivocado mi mamá - pensó Anna – si estoy metida aquí, en la mismísima guerra, sin tener a dónde ir.
Poco a poco comenzaba a dibujarse frente a ella el panorama sobre su nueva realidad, mientras observaba desde el campamento como a medida que llegaban los nobles poco a poco los sobrevivientes de la batalla comenzaban a rendirles pleitesía, desmoralizados, como rindiéndose al nuevo orden que se les imponía.
El cuarto noble llegó. Anna ya no lloraba casi. Era muy poca la resistencia que quedaba en la ciudad. Miró la cara de aquel señor y consideró que era bastante feo para llevar ropa tan bonita, aunque sus ojos eran de un azul relampagueante. El no venía con un contingente pequeño, sino con un ejército enorme de soldados con espada, arqueros y lanceros que rápidamente tomaron posición en el pueblo. La resistencia cesó. Los sobrevivientes, ahora todos esclavos, juraron lealtad al Rey de Arahalbá. Era casi el amanecer cuando todo lo que alguna vez le enseñaron a Anna que era importante había dejado de existir, su padre, su madre y su pueblo.
Ella también se rindió por fin y calló dormida, pero no por mucho tiempo.
- Pequeña, eh, despierta
Era Seth. Tenía pan, agua y dos manzanas.
-Debes comer algo. Nos iremos dentro de un momento. Tendrás que viajar conmigo, en mi carreta.
-Quiero quedarme
-Aquí ya no hay nada para ti. Toda la gente que conociste o está muerta o condenada a trabajar de sol a sol por su comida. No es lugar para una niña
Anna comenzó a llorar. Seth ciertamente carecía del tacto necesario para tratar con niños.
- Lo siento, de verdad – parecía sincero – por favor, come - ¿cómo te llamas?
-Anna – respondió entre sollozos la niña mientras tomaba las cosas que le ofrecía.
-Soy Seth
-Lo sé. ¿A dónde vamos?
-A mi ciudad. Te encantará. Lo prometo. No es tan grande como la capital del reino, pero es un buen lugar igualmente
Antes de que Anna pudiera terminar de comer, Seth la subió a su caballo, un precioso corcel color marrón, le puso una chaqueta para protegerla del viento y, junto a un gran ejército de invasores, emprendieron el viaje.
El primero de muchos viajes que haría Anna, pero el último que haría con terror.
Porque, aunque Seth o su Capitán no eran pequeños como Anna, hubo algo que ese día ellos tampoco pudieron entender ni mucho menos prever y es que en el caballo de Seth viajaba aquella que el mundo conocería como la Asesina de Reyes, Desafiante de Dioses, amante de Demonios y devoradora de ciudades, llamada Annabeth, la luna del mediodía, por los pueblos civilizados de más allá del bosque siempre gris; Anna, la portadora, en todos los pueblos que se extienden a los pies de las montañas de T’seng o simplemente Anna, la maldición de Seth, como fue conocida a lo largo y ancho de Arahalbá; entre tantos otros nombre con los que las personas la bautizaron en los continentes a los que alcanzó la guerra.
[/SPOIL]
Capítulo II
Viaje a Riam
[SPOIL]Todo el día estuvieron viajando. Anna estaba aburrida y adolorida por las largas horas a caballo. Incluso para comer, las tropas no se detenían, sólo aminoraban la marcha.
Ya no lloraba aunque la embargaba un inmenso pesar, y una incertidumbre devastadora, pero era como si sus ojos se hubieran secado para siempre.
Se había entretenido tratando de contar cuántos soldados eran los que marchaban junto a ellos, pero se rindió rápidamente porque eran demasiados y constantemente perdía la cuenta y tenía que volver a empezar.
Se decidió por fin a hablar con Seth.
-¿A dónde vamos?
-A mi ciudad
-Ya, ¿pero cómo se llama?
-Riam
Sabía por su padre que los soldados nunca han sido grandes conversadores, pero estaba aburrida. Aburrida en serio, así que siguió intentando.
-¿Qué son los Dioses de la Guerra?
Seth dudó un momento. Él era una persona sencilla, combatía conforme a las órdenes de su capitán, nunca le habían interesado mucho las cosas que estaban fuera del alcance de su espada, y ciertamente los dioses eran una de esas cosas.
-No qué, sino quiénes – respondió por fin
¿Quiénes son?
¿Cómo sabes de ellos?
-Lo escuché anoche.
-No creo que una niña lo entienda
No hay nada que un niño odie más que un adulto diciéndole que hay algo que no entienden.
-¿Por qué mataste a mi mamá?
Jaque y mate. Seth sencillamente había bloqueado esa pregunta en lo más recóndito de su mente. ¿Por qué lo había lo hecho? No tenía ni la más mínima idea. Fue como si por un momento alguien o algo, una fuerza irresistible hubiera guiado su espada. La adrenalina de la batalla lo había mantenido aislado de la temible verdad de que era un asesino, sin importar de cuánta sangre se derramara en su nombre, él jamás podría librarse de su crimen. Había matado hombres por ciento durante sus años de servicio, pero siempre conforme a las leyes, nunca fuera de ellas. No importaba cuanto purgara su culpa, cuan verdaderas fueran sus intenciones por darle a la niña un buen pasar, el era un homicida.
Miró a la niña de frente. No lo había hecho hasta entonces. Era pequeña, demasiado pequeña para estar en medio de la guerra. Tampoco entendía muy bien porque la llevaba con él.
Suspiró. La respuesta a la última pregunta nunca llegó. Prefirió hablar de cosas que ni él conocía antes de hablar de muerte, con la que convivía casi a diario.
-Los Dioses de la Guerra son quienes bendicen nuestras campañas. Gracias a ellos los victoriosos obtienen la victoria, y los derrotados, pues, pierden.
-¿Entonces ellos eligen los resultados de una pelea?
-No – dudó – bueno, algo así
-¿Y entonces por qué se pelea?
-¿cómo?
-¿Y si sólo le preguntaran a quién eligen ganador?
-No, no es así como funciona.
-Entonces cómo
-Mira, te dije que no lo entenderías – trató de terminar con la discusión
Anna se enojó aún más. No estaba dispuesta a quedar como una tonta.
-¿Mi papá también está muerto?
Seth tomó aire.
-Mira,¿ sabes leer?
-No
-Mandaré a que te enseñen, y te daré un libro para que aprendas sobre los dioses. Así tus dudas serán resueltas.
-¿Qué libro?
-El que tiene todas las respuestas a cualquier pregunta, incluso a las que nadie se ha formulado jamás.
-¿Cómo se llama?
-Wi’ki, el libro escrito por los Fri’kis.
El viaje transcurrió sin grandes sobresaltos después de eso. A medida que el ejército se acercaba a su destino los distintos grupos se separaban en dirección a sus propias ciudades. Por fin fue el turno del grupo de Seth, que se separó rumbo al oeste mientras los otros, cada vez menos, seguían avanzando hacia el norte.
Era casi el ocaso cuando entraron en Riam. Era una ciudad como Anna no había visto aunque eso no significaba mucho, ya que había visto una única ciudad en toda su vida hasta ahora.
Grandes edificaciones se erguían a ambos lados de la calle. Herrería, Iglesia, Granja, Castillo y otras grandes moles de piedra y barro sobresalían por sobre las casas, de las que la gente salía a saludar al ejército victorioso y a reunirse con sus seres queridos. Muchos lloraban al notar que sus hijos, esposos o padres no regresaban.
Seth se despidió de sus compañeros y descabalgó con Anna en brazos.
-Está es mi casa
No demasiado grande pero hecha en piedra maciza, la casa de Seth contaba con un jardín de rosas. El dintel de la puerta tenía un escudo con la figura de un águila cuyas garras reposaban en el filo de dos espadas cruzadas entre sí. Abajo tenía una inscripción pero estaba demasiado gastada como para poder leerla incluso para alguien que supiera cómo hacerlo.
En el interior de la casa esperaba la mujer de Seth. Ambos tenían dos hijos y una hija, todos eran mayores que Anna, aunque el menor de los hermanos la superaba por muy poco.
Anna se concentro en la mujer. Era bonita, quizás demasiado para Seth. Mientras este tenía cicatrices que surcaban su cuello y rostro, ella tenía una piel lisa, sin ninguna cicatriz, sin ninguna arruga si quiera. Sin embargo, mientras los ojos de Seth eran cálidos y transparentes, como los de cualquier soldado honorable, los ojos de la mujer eran de un azul frio.
La primera lección que aprendió en Riam fue a temerle a esa mujer. La segunda fue a odiarla. Su nombre era Trigidia.
-¿Este es tu botín? – gritaba desesperada , una vez Seth le hubo explicado cómo se habían desarrollado los acontecimientos – ¿una mocosa?
-No tenía opción, no podía dejarla abandonada a su suerte después de lo que pasó – a Anna le parecía que Seth estaba más asustado incluso que cuando el Capitán se enfureció
-¿Y qué se supone que haremos con ella? ¡Oro! Eso es lo que esperaba, tú en cambio me traes a una mocosa harapienta y barbárica.
-Basta. Por favor. Lo hecho, hecho está. La pequeña se quedará con nosotros. Podrá ayudar con los quehaceres de la casa. Crecerá y se volverá muy útil. Es inteligente, según parece, podrá aprender cualquier cosa que quieras enseñarle. Basta de discusiones sin sentido . Es nuestra ahora, y la ley manda que el cuidado de los esclavos es responsabilidad de sus amos. No podemos deshacernos de ella así nada más
Trigidia recuperó la compostura. Acomodo un poco su peinado. Llamó a su hijo, el más pequeño de los tres.
-Haro, llévala a la habitación de atrás. Dale una manta – se volteó hacia Anna y le clavo sus intimidantes ojos azules – dormirás en ese cuarto, puedes limpiarlo y organizar las cosas que están allí para hacerte un espacio suficiente para dormir, pero no rompas ni te robes nada. Mañana hablaremos sobre tus futuras tareas mientras estés aquí.
-Tiene que comer – interrumpió Seth – no hemos comido nada hace horas
-Y lo hará, pero en la habitación, no esperarás que se siete con nosotros en nuestra mesa
Dos pensamientos atravesaron al mismo tiempo la mente de Anna. El primero, qué le hacía pensar a esa mujer que ella pudiera tener el más mínimo interés de compartir con ellos la comida, y segundo, por qué alguien como Seth había terminado casado con ella.
Haro la condujo hasta la habitación que le habían asignado, estaba llena de tierra y cachivaches. Libros, copas de metal, había espadas sin filos y un montón de cosas inservibles, todo tirado.
-Ten – le dijo Haro, que había regresado con la manta que le había ordenado su mamá.
-Gracias
-¿Te ayudo?
-¿Cómo?
-Te ayudaré a ordenar un poco, para que tengas espacio donde dormir.
-Gracias.
Después de cenar el pequeño Haro volvió a la habitación con comida para Anna. Mientras conversaban sobre un montón de cosas, ordenaron tal y cómo lo había mandado Trigidia, dejando espacio suficiente para que Anna pudiera dormir. Haro además le prestó una de sus almohadas.
Le contó que él sabía leer muy bien ya, y que además tomaba clases de esgrima. Le prometió también que si sus padres lo permitían podía enseñarle a leer a Anna, pero no esgrima porque él mismo aún no era muy bueno.
A Anna no le importó esto último ya que su mayor anhelo, por ahora, era aprender a leer para consultar, tal y cómo Seth le había sugerido, la Gran Guía Wi’ki, escrita por los Fri’kis. Desde esa mañana había nacido dentro de sí la intriga por estos misteriosos seres. Pero era una intriga diferente, no se parecía en nada la intriga propia que los niños sienten, sino que se trataba de algo especial, algo que sentía que debía saber para poder comprender todo lo que estaba viviendo.
¿Quiénes eran? ¿Por qué los hombres obedecían sus mandatos?¿Por qué ella formaba parte de sus designios si jamás los había oído mencionar si quiera?. Tenia que averiguarlo antes de intentar cualquier cosa.
Se sentía distinta. Cómo si medio día de viaje la hubiera hecho cambiar totalmente. Había asumido que estaba sola. Que ahora dependía de sí misma. Sabía que estaba en una casa extraña como rehén, no como invitada y que tenía que hacer todo lo posible por escapar pero que aún no era el momento.
Definitivamente Anna ya no era tan pequeña como la noche de la invasión[/SPOIL]
Última edición por un moderador: